domingo, 9 de diciembre de 2007

Un domingo

Llovía y había tanto viento que los árboles giraban. No había dormido nada, estaba un poco mareada. En pijama y con un abrigo encima salí a la calle. Pies descubiertos. No lo pude evitar, es que quería sentir la lluvia chocando en mi cara mientras el cabello me envolvía sin dejarme escapar. Era todo en lo que podía pensar, así que salí tal y como estaba. Tenía congelados los pies y las manos, pero eso no importaba. Caminé hasta la esquina. Di la vuelta y el viento me elevó, así que seguí volando, dando vueltas sobre los árboles mojados que danzaban ¿Qué más podría haber hecho? No había cabida para miedos o arrepentimientos, así que simplemente dejé que el viento me llevara. Y ya no tuve más las extremidades frías. Podía caminar sobre las gotas que caían, siempre en círculos, siempre por Villarrica. Amé la lluvia. Amé que mi pelo estilara. Sólo acá olía tanto a nada, sólo acá el frío resultaba tan agradable. Volví a casa para lavarme los dientes.