lunes, 14 de abril de 2008

Locura

Descubrí que un arma de doble filo es la locura, que muy distinto es delirar que volverse loco, entregarse a la irracionalidad permanente, por primera vez lo temí. Que delirar es salirse del curso de lo normal, desviarse un poco, pero sin perder el juicio, que existe un abismo tan posible de alcanzar y que en ese mundo de las sombras todo resulta tan fácil.
Coqueteé con la locura y puedo decir que es un camino que cuesta mucho rechazar, es muy tentador, siempre estuve consciente de lo que me estaba sucediendo y sólo gracias a eso logré volver completa en mí (de cierta manera). Supe qué significa realmente perder el juicio, no creo que muchas personas que viven una vida “normal” (en sociedad) puedan decir haberlo experimentado: tentadora la idea de dejarlo todo atrás, de ya no pensar más, de descansar la mente y no tener jamás alguna preocupación, simplemente dedicar la vida a deleitarse con lo que sucede a nuestro alrededor a cada momento, sin memorizar, sin llegar a comprender algo. ¿Voces en mi cabeza? Sí, las escuché por montones, eso es cierto! Ahí estaban, todas eran yo, gritando simultáneamente cosas tan diferentes, todas percepciones de lo que estaba sucediendo dentro y fuera de mí, todo lo que yo podría contemplar, en una situación normal, con detenimiento a lo largo de muchas horas. Pero estas voces no eran amables conmigo ni llegaban a algo concreto, no me tenían compasión, surgían espontáneas y eran incontrolables, ninguna predominaba, todas excitadísimas explorando cada cosa que sucedía. Sigo acá simplemente gracias a que hubo un pensamiento que, con mucho esfuerzo, no perdí: La racionalidad seguía ahí, aunque era sólo una de las voces y con terror se sentía apagándose frente a las cientos y cientos restantes, se mantuvo ahí y luchó para no ser pisoteada hasta resultar finalmente apagada. Una voz terrenal, el momento más lúcido de mi vida, la primera vez que temí a la evanescencia, la primera vez que rechacé ascender, que quise quedarme acá y dedicar mi vida a lo más concreto y cuadrado posible, todo por miedo. Por suerte mía para cuando aterricé, el camino ya lo había formado y no tendré que bancarme la vida realizando los asuntos menos trascendentales posibles por temor a perder la cabeza. ¿Cómo puede esto entenderse? Sólo decirlo ya parece una locura, creo yo.